¿El porno es ficción o realidad? (I) La milonga de las películas sexuales.

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Quiero comunicarte que se ha cumplido unos de mis sueños profesionales más deseados: QUE UNA UNIVERSIDAD PÚBLICA, como la Rey Juan Carlos de Madrid, ofrezca un curso de formación con título propio: “Experto/a en Prevención de los Efectos de la Pornografía en la Salud Afectivo-Sexual”, para postgraduados, con una duración de 60 horas lectivas y con un plantel de profesorado de primer nivel.
Como co-director del curso, te ruego compartas esta excelente e histórica noticia con tus contactos, particularmente con aquellos profesionales de la salud, ciencias humanas y sociales, a los que les pudiera interesar la posibilidad de formarse, con un título propio universitario, en un área de extraordinario y apasionante futuro de trabajo. Ya hemos comenzado la primera convocatoria, pero haremos más.

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Dada la generalización de estos argumentos, vamos a dedicarle dos breves artículos, si bien en mi programa de educacion sexual TUS HIJOS VEN PORNO, lo hemos analizado con mayor amplitud y detenimiento, en particular en el volumen número I. (Clica aquí si quieres más información.)

Ficción versus realidad

La controversia, interesada y un poco artificial, entre la ficción versus realidad de las imágenes audiovisuales adquiere en los contenidos de las películas sexuales pornoviolentas* su máxima expresión. No hay conferencia que imparta, ni grupo de trabajo que realice, por supuesto a diario en las RRSS, sin que haya alguien que me arroje, a veces de malos modos, este argumentario para mostrar “las bondades” de la pornografía y la ausencia de efectos negativos para la salud porque, dicen, es ficción, acompañado a menudo de una descalificación de nuestra perspectiva. ¡Qué es ficción, tío! me espetan, como queriendo convencerme de que es mentira y por tanto inocuo. Y suelen apostillar: Yo he visto muchas películas de Superman y no me tiro desde los tejados.  

Desconocen, entre otras razones, que la excitación sexual intensa e inmediata y el placer sexual asociado a las masturbación, es una característica exclusiva de los vídeos sexuales, razón por la que parece absurdo y falaz establecer esas comparaciones.

En cualquier caso, planteo como hipótesis que esa argumentación no es sino una coartada, una excusa, para justificar su consumo y que está relacionado con la alteración de la capacidad de empatía y compasión que el visionado precoz y habitual de estos vídeos parece generar.

Durante el visionado, el sujeto oculta con un velo negro su conciencia y, de ese modo, se permite continuar viendo la brutalidad sexual hasta el final y seguir consumiendo el día siguiente, porque “no pasa nada, es ficción, es mentira”.

Una vez que esas capacidades están alteradas, el proceso ya es más liviano y se puede justificar cualquier agresión sexual, aunque después haya una cierta culpabilidad…pasajera. Hasta la siguiente sesión.

Sospecho que no pocos consumidores/as, se sienten mal consumiendo esas películas tan atroces, pero la conducta adictiva es más poderosa y la rueda continúa, porque la dopamina manda.

En todo caso adelantamos, el testimonio de un adolescente encuestado en el estudio de Save The Children publicado en 2020 y al que hemos hecho referencia en otros artículos de este blog, porque es muy significativo:

“(La pornografía) influye muchísimo. Aunque no quieras que influya, sí que influye, y eso es lo malo, porque luego te pueden gustar cosas que moralmente pueden no gustarte nada, pero te siguen poniendo. Es como que, aunque tu no quieras, te ponen”.

El poder de la imagen

Soy un convencido del poder de persuasión de la imagen, de su influencia en las actitudes y en las conductas y de su efecto en las emociones, particularmente en una sociedad donde la imagen es omnipresente. Aprendemos, en mayor o menor medida, a través de las iconografías que se nos ofrecen en las diferentes pantallas que están en nuestras vidas las 24 horas del día.

Ya hemos comentado en otras ocasiones que, paradójicamente, aceptamos el efecto indudable en las decisiones y conductas que provoca un simple anuncio publicitario de 20´´,  mientras que ponemos inconvenientes a la influencia que tiene el visionado de miles de horas de vídeos pornoviolentos, novedosos,  de 10 o 20 minutos, emocionados, con la dopamina inundando el cerebro, excitados y sintiendo placer. No cuela. Lo veremos.

Los anuncios influyen porque la publicidad es la industria más poderosa de nuestro modelo de desarrollo socioeconómico, cuyo objetivo es incentivar el consumo,  que está en la base de la actividad económica: los medios de comunicación, las RRSS, plataformas y aplicaciones de Internet, webs… hasta el futbol, viven de la publicidad. Y, si invierten en tal actividad, es porque funciona y les es muy rentable, es decir sus productos se venden más.

La omnipresencia de las pantallas.

Con toda probabilidad en los centros de enseñanza y en muchas empresas con el teletrabajo, por poner dos ejemplos, se acabarán imponiendo los modelos de aprendizaje en los que el protagonista es el lenguaje visual, a los que la pandemia del coronavirus ha elevado a la categoría de imprescindible. En la vida cotidiana estamos pegados a las pantallas por medio de los diferentes dispositivos digitales, particularmente el smartphone, accesorio adherido a nuestra mano, como si fuera un dedo más.

Pues bien, a través de ese entorno digital se nos muestra la realidad y dada su reiteración y calidad, podríamos acabar creyéndonos que es así. O por lo menos la llegamos a considerar un ejemplo fidedigno de la misma. Claro que, en verdad, se trata de una parte de ella en la que se muestra, con no poca frecuencia, unos estereotipos que podríamos considerar como realidad. La única realidad.

Y tal cosa entrañaría ciertos riesgos como la despersonalización, la ausencia de crítica o incluso la pérdida de libertad, en la medida en que, por el carácter adictivo de las pantallas y de su contenido, podría acabar abduciéndonos. Todas las plataformas en alguna medida así lo pretenden: crear adictos que naveguen permanentemente por sus webs, porque ahí radica su negocio, en el tiempo y la atención que prestamos a tal menester. De hecho, así ocurre en los casos de adicción a los vídeos de contenido sexual que ya hemos comentado en otros articulos.

En una entrevista que se le hacía a Alfred Hitchcock, este insigne director de cine ponía un ejemplo, que más o menos venía a ser este: Imaginemos un primer plano de un hombre sonriendo. Siguiente plano, una mujer jugando con su hijo en la hierba. Lectura: el hombre piensa ¡qué bonito ver una madre jugando con su hijo! Sin embargo, si en lugar de la madre y su hijo, ponemos a una chica joven en bikini tumbada en la hierba, la lectura de la cara sonriente del hombre inicial podría ser bien distinta: ¡qué depravado: cómo mira a la chica! Seguramente no se ajusta textualmente a lo que él decía, pero la idea, en mi opinión, era visibilizar esa característica de la imagen en influir en las emociones del espectador. En este caso, el impacto y la significación de una simple mirada.

En consecuencia y, desde mi modesto entender, las imágenes tienen un poder característico. No hay duda, además, que cada vez tienen más relevancia y presencia en la vida cotidiana. Se prefieren al texto porque es más fácil su procesamiento cognitivo, son más atractivas y suponen menor esfuerzo mental. Los vídeo clips y los podcasts están de moda porque, probablemente, son más cortos y requieren menor desgaste energético en su procesamiento. Es un nuevo paradigma de aprendizaje, no hay duda.

El éxito de RRSS como Tiktok podría explicarse en parte por esos millones de vídeos de un minuto, o los reels de Instagram. Todo ello hace que, tal vez, puedan acabar desbancando al discurso escrito, si no lo han hecho ya. Parece que necesitamos que nos resuman todo, porque hay demasiada informacion que es imposible gestionar. Incluso se visionan a doble velocidad. Inaudito. Para ver más vídeos del mismo corte.

Pero además hay otra razón: dado que la producción de imágenes es ilimitada, excesiva desde todo punto de vista y, por tanto, imposibles de procesar adecuadamente, quizá hagamos una selección más emocional que otra cosa, porque es a este espacio emocional a donde se dirigen en buena parte esos discursos. Además nuestro cerebro presta más atención a las situaciones que provocan emociones. Y es en este espacio donde yo quiero poner el foco.

Claro que la cuestión es mucho más compleja. De hecho, ya hablamos en otros dos artículos del poder del deseo (clica aquí si quieres leerlo) y del poder de internet (pincha en este enlace si deseas consultarlo) para explicar el éxito, sin paragón alguno, de las películas sexuales y su normalización en la sociedad y por tanto remitimos al lector/a a su consulta.

Imágenes y emociones

Por consiguiente, las imágenes tratan de influir, persuadir y provocar emociones. Transmiten valores que tienen que ver con los diferentes grados de igualdad, justicia, relaciones, salud y en general de muchas actitudes y comportamientos humanos. Y eso nos confrontaría con la libertad de creación que, a mi entender, debería contemplar el daño que pueden producir en determinadas personas. No todo vale.

Los directores de cine, de los programas de TV o de los anuncios publicitarios que se emiten, fundamentan su quehacer en ese poder de la imagen, en captar la atención y persuadir, ora sea ser fiel al programa de televisión, ora sea comprando el producto. O acudir al cine para ver la obra del director de moda. Se presupone que el espectador/a se identifica con lo que le dicen esas imágenes, se emociona con ellas, las hace suyas en alguna medida y las almacena en su memoria, perdurando en el tiempo si son significativas para el individuo.

De lo dicho se podría desprender que no hay imagen neutra: detrás de estas representaciones hay intenciones precisas. Un costosísimo anuncio de 20 segundos, no puede desperdiciar ni un ápice en la utilización taxativa de la imagen y el sonido para convencer al espectador, objetivo prioritario de un amplio equipo de profesionales que los diseñan y pulen minuciosamente hasta en sus más mínimos detalles.

Muchos programas de TV, especialmente esos realitys tan exitosos o aquellos del cotilleo y la telebasura que abundan por doquier, tienen entre otros propósitos, provocar emociones en los personajes que entrevistan: que lloren, que exploten, que pierdan los papeles…a veces tan burdamente que acaban no siendo creíbles, a pesar de que enfoquen un primer plano de su cara, de los ojos llorosos y la voz entrecortada. Y luego rebobinarlo en programas posteriores, exprimiendo la pieza cazada. Esto vale para los presentadores y coach diversos que pululan por ese medio, a los que utilizan como mediadores emocionales de esas lágrimas anheladas, que esperan provocar igualmente en los/as telespectadores/as. Eso engancha.

Desde este planteamiento, tengo muy claro que, por ejemplo, fomentar la violencia, especialmente la gratuita, tiene un coste. Y esto incluye los videojuegos, las películas o los vídeos pornográficos. No es baladí apostar por uno u otro enfoque. Lo mismo que el hecho de facilitar el uso o la construcción de armas de fuego no es de balde, sino que está asociado a un precio en vidas destrozadas que comporta el uso de esas armas. El ejemplo de EE UU es bien elocuente, estado en donde, según algunas estadísticas, mueren más de cien personas a diario tiroteadas por individuos aparentemente “normales”. La violencia siempre llama a la violencia.

Que se cuidan todos los detalles, en particular los de naturaleza sexual, lo evidencian infinidad de anuncios. Como botón de muestra diremos que nunca hemos visto anunciando un perfume costoso a personas mayores en chándal. Muy al contrario, este tipo de productos son sugeridos (o impuestos según se mire) por personas jóvenes, atractivas, con cuerpos sexys, seductores y provocativos, cuya intención es asociar el objeto a vender, a ese erotismo que lo envuelve como un papel de celofán, utilizándolo sin miramientos.

Particularmente mujeres, cuerpos de mujeres socialmente considerados perfectos y, a menudo, asociados al éxito (coches y casas de lujo, joyas…). Pero ¿Cuántas mujeres hay así? ¿Se trata de generar frustración al no alcanzar ese listón o pensar que si adquieres ese producto a lo mejor eres una persona más exitosa? Probablemente la razón final estriba en la peculiar instrumentalización del deseo sexual, que le interesa a todo el mundo, para vender cualquier producto. Ni más ni menos. Esas imágenes, están dirigidas al centro de recompensa cerebral, generando una peculiar atención y activando el deseo sexual. Esa es la intención.

Con todo se han hecho avances. La sociedad está más sensible a esa burda manipulación de los estereotipos sexistas que han sido utilizados hasta decir basta y los critica abiertamente. Algunas campañas han sido bloqueadas por las presiones sociales, cierto, sin embargo, determinados spots son cada vez más sofisticados y burlan esos controles o al menos tratan de rozar esa línea roja.

Por consiguiente, dos conclusiones: Primera, la imagen influye en nuestras actitudes y aprendizajes. Segunda, tendemos a dejarnos llevar y ser más permeables hacia aquellas que nos generan respuestas emocionales, más que por las racionales. Sí a esto le añadimos la permanente novedad, la excitación y el placer sexual, el atractivo es total.

Y, parece obvio, que las imágenes sexuales son especialmente atractivas y se dirigen directamente, como un tiro, a las zonas más primarias de nuestro cerebro, aunque de todo esto continuaremos nuestra reflexión en el próximo vídeo, digo artículo.

(*) Este término, junto al de películas sexuales eróticas, sustituye al de pornografía. Se trata de una propuesta que hago con el fin de comenzar a clarificar la maraña de implicaciones que tiene ese concepto que inducen a error.

La foto de este artículo corresponde a nuestro libro “Mi segundo libro de información sexual y afectiva”.