Un artículo de José Luis García
La noticia (La Razón, 29-12-20) que abre este artículo ilustra a la perfección la problemática que queremos plantear en las líneas que siguen. ¿Cómo es posible que 34 menores, estudiantes y buenos chicos como cualquiera de nuestra familia, del edificio o del barrio donde vivimos, intercambien contenidos sexuales extremadamente agresivos como las violaciones de bebés y de niñas de 2 años?
¿Qué clase de monstruos estamos creando? se preguntaba la periodista Tita Barahona, sobre esta noticia, en un interesante artículo de CANARIAS SEMANAL, en el que amablemente citaba mi trabajo. Esta es una interpelación muy común que nos formulan universitarios/as, padres, madres y docentes con los que impartimos cursos y talleres de formación. Yo suelo responder: porque forman parte de la generación de niños (y niñas) pornográficos y les cuento en detalle las características de la misma.
Pues bien, vamos a tratar de aproximarnos a una respuesta razonable a tal requerimiento -y a esa nueva hornada de menores que han aprendido sexo con la pornoviolencia, sin contrapeso educativo alguno que pudiera minimizar sus efectos- en tres artículos donde hablaremos del poder del deseo sexual, del que tiene Internet y del que poseen las películas y vídeos de contenidos sexuales lo que, en conjunto, podría permitirnos tomar conciencia de los riesgos que esto conlleva.
En consecuencia no podrá entenderse el fenómeno de las películas sexuales, su éxito y sus efectos, sin tener en cuenta esos tres elementos.
Partamos de un hecho conocido: la inmensa mayoría de los hombres (mayores y jóvenes) se masturban con estos estímulos, con una frecuencia variable según la edad y otros factores que he analizado en otro momento, pero lo que nos interesa ahora destacar es que, de esta manera, es probable que estén reforzando el valor y el impacto de esas imágenes, que valen más que mil palabras, fuertemente excitados, con su cerebro inundado de dopamina, con la recompensa natural más preciada: el orgasmo.
Esa circunstancia, desde muy pronto y repetida a lo largo de los años, podría ayudarnos a comprender mejor el éxito, espectacular sin ningún género de dudas, de las representaciones y contenidos sexuales en Internet.
Ese enfoque sería asimismo de utilidad para entender nuestra propuesta, expresada en numerosos artículos, libros y hashtags en RRSS, en torno al concepto de niños pornográficos que ha tenido una favorable acogida y que, quizá, podría contribuir a aprehender los efectos del consumo de películas sexuales pornoviolentas (otro nuevo término que sugiero) en nuestros menores y jóvenes. De modo que, al igual que se habla de Generación X, Z o de Millenials, mi aportación es la de Generación de #niñosyniñaspornográficos.
Vayamos por partes.
El poder del deseo sexual
Es indudable que el sexo es una motivación muy importante de la conducta humana, el motor de supervivencia de la especie y, el deseo, su combustible. Cierto es que la capacidad de elegir en libertad nos diferencia de la especie animal, permitiéndonos tomar decisiones y separar el placer de la reproducción. Empero la pulsión está ahí y también, muy cerca, en sus aledaños, se encuentra el placer, confiriéndole una autoridad que solo posee este impulso.
El placer sexual es un bien muy preciado. Es la primera adicción del ser humano. El premio natural más importante. La recompensa anhelada. De ahí que, desde los orígenes de la humanidad, hombres y mujeres, mucho más aquellos, hayan buscado estímulos para iniciar, provocar y mantener la intensidad de este deseo en el tiempo. La naturaleza nos quiere adictos al sexo. Y activa un maravilloso mecanismo neuropsicólogico con diferentes moléculas y estructuras cerebrales.
A mi entender, esta es una de las razones por las que las películas sexuales tienen tanto éxito: van directamente, como un tiro, a través del sentido de la vista y del oído, a nuestro cerebro más primario, provocando una respuesta de excitación genéticamente programada, estimulando zonas cerebrales encargadas de gestionar las gratificaciones placenteras -el centro de recompensa con la dopamina como neurotransmisor privilegiado- una suerte de éxtasis sexual placentero difícilmente inigualable por otros procedimientos naturales y gratuitos.
Y este dispositivo está listo al nacer, en todas las personas, en forma de respuesta sexual. Así pues, esta raigambre neurofisiológica no hay que minusvalorarla en modo alguno, si queremos entender la complejidad del consumo generalizado y de la normalización social del porno.
De igual manera, pueden entenderse las millonarias inversiones de los laboratorios farmacéuticos para encontrar el producto que dé respuesta a ese anhelo de estimular y potenciar las ganas, porque sospechan que ahí hay un nicho de negocio sin paragón, como han mostrado las diversas píldoras de colores para varones, pelotazo donde los haya, lo que les permitiría obtener dividendos multimillonarios a espuertas. Sexo y negocio son el mejor tándem del neoliberalismo galopante. Hay muchos anuncios de TV donde este equipo va al unísono, triunfando, porque erotizan el consumo de productos selectos y caros.
El deseo se transforma y cambia a lo largo de la vida. Es así en la actualidad y, con toda seguridad, lo seguirá siendo hasta que la especie humana se extinga. Esos estímulos cambian con los tiempos y la evolución tecnológica va a ir configurando las formas y las características de los mismos: desde los relieves en piedra o los dibujos prehistóricos en paredes y cuevas, hasta las películas sexuales en 3D y 8K de las pantallas modernas, pasando por los dibujos impresos o las fotografías, responden a una misma necesidad: provocar y alimentar el deseo. Otro apunte: también es gratis.
En consecuencia, tenemos que convenir que las representaciones sexuales han sido usuales a lo largo del devenir humano y que hay pruebas sobradas de su existencia desde muy antiguo. En la actualidad las películas sexuales, violentas o no, se han convertido de una manera generalizada, en un evocador de los deseos sexuales y, dadas sus características particulares y únicas, acaban convirtiéndose en un superestímulo sexual que poco tiene que ver con aquellos toscos relieves en una roca. No hay estímulo más poderoso que un estímulo audiovisual, gratis totalmente, accesible e ilimitado en sus modalidades. Además, ¿Quién discute con un orgasmo?
Por consiguiente, la especie humana existe porque existe el deseo sexual entre hombres y mujeres, impulso poderoso como pocos, que nos mueve a buscar relaciones cuyo premio es el placer. El deseo nos empuja a buscar intimidad y placer, pudiendo disfrutarlo individualmente o en compañía. ¡Cuántas haciendas y parejas se han perdido por asuntos que tienen que ver con ese impulso que te empuja a buscar el premio anhelado, a menudo prohibido lo que le confiere un plus de atractivo, más aún cuando se mezcla con el poder de poseerla/o!
Por tanto, tercer apunte, para entender el éxito de las películas sexuales debemos entender no solo las características particulares de los sentidos de la vista y el oído y su impacto en el cerebro más primario y animal, sino también la pertinencia de los estímulos sexuales cuya necesidad está fuera de dudas.
Sin embargo, convendría hacer una consideración muy relevante: desde el punto de vista de la salud y de la ética habría que diferenciar radicalmente entre los estímulos saludables y aquellos que no lo son. Una taxonomía que puede servir de tal guisa para establecer diferencias entre las conductas sexuales saludables de aquellas que no tienen esa consideración. Nosotros, para que se entienda mejor, hemos hablado del jamón de bellota premium pata negra frente a la mortadela. Nada que ver.
Para mí, consiguientemente, no todos los estímulos son saludables ni aceptables, en particular aquellos que no respetan a las personas ni su dignidad, las coaccionan, vejan, degradan o cosifican. Todos ellos deben ser criticados y rechazados sin ambages. He repetido hasta la saciedad que violencia y sexualidad son incompatibles. Están en las antípodas.
Y para que no haya dudas, marco mi posición: cualquier representación artística, sea audiovisual o no, que considere la sexualidad como una dimensión amorosa, saludable, divertida, tierna y placentera que tiene todo el sentido cuando se da en un entorno de deseo y acuerdo mutuo, afecto, respeto, libertad y corresponsabilidad en el placer del otro/a, con el/la empatizo y me concierne, será un estímulo adecuado y deseable para vivir, si así se quiere, individualmente o en compañía. Eso es una parte de la salud en la que profundizamos ampliamente en la propuesta educativa TUS HIJOS VEN PORNO, programa que está basado en estos principios y que se compone de 4 libros. Clica aquí si quieres más información sobre los libros que componen este programa.
Esta trascendencia del sexo no es un asunto baladí. Muy al contario ha hecho que, desde muy antiguo, haya sido fuertemente regulado por la religión (que ha usado la culpa sexual, cuando no la hoguera o las mazmorras, como mecanismo de control, sometimiento y manipulación) y el poder establecido, es decir los hombres, para conservar sus privilegios y prebendas. Desde entonces también, ha habido un control riguroso sobre las mujeres y los grupos sociales y personas más desfavorecidas, promoviendo en ellas la ignorancia sexual y una doble moral ventajosa para quienes detentaban la potestad y el poder.
En el próximo artículo, en este mismo blog, hablaremos del poder de Internet. Hasta entonces.
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La foto y la noticia fueron publicadas por el Diario LA RAZÓN. 29-12-2020